Thursday, February 18, 2016

GUARDAR SILENCIO

Largo es el tiempo, porque hasta el terror,
tomado por sí mismo como un motivo del cambio,
no logra nada mientras no se produzca un cambio
entre los mortales.
–  Martin Heidegger
Del conocido mito de la caja de Pandora, prefiero la versión en la que ésta deja salir las virtudes encerradas en el pithos que le fue obsequiada como regalo de bodas. Uno de los fragmentos de Teognis de Megara dice: “los juramentos de los hombres ya no son de fiar ni nadie venera ya a los dioses; la raza de los hombres piadosos ha perecido y los hombres ya no reconocen las reglas de conducta o los actos de piedad”. Las acciones de la humanidad reflejan más la falta de virtudes que la abundancia de males, ni siquiera porque nos quedamos con la esperanza.
Desde que los bienes se fueron volando hacia el Olimpo, hablamos sin reparar en la solidez de nuestros pensamientos, ya no hablemos de las acciones. Las ideas se mantienen a flote por el carácter superficial con que las revestimos. Corremos el riesgo de naufragar si no vemos en ellas icebergs que amenazan la posibilidad de diálogo, de comprensión, de aprendizaje.
Je suis Charlie, Je suis Paris, JE NE COMPRENDS PAS             
Ahora que la información es accesible de manera inmediata, la opinión se ha convertido en uno de sus aliados para promover la confusión. Aunque celebro y defiendo la libertad de expresión, me pregunto cuántas veces nuestras ideas pasan por el tamiz de la reflexión antes de ser emitidas. Los sujetos nos entregamos a la emisión de parecer respecto a un acontecimiento para no quedar fuera de la conversación. En realidad, lo único que conseguimos es meter ruido y provocar el desacuerdo, un componente primordial en la filosofía política de Jacques Rancière.
Habitualmente, comprenderíamos el desacuerdo como aquel punto en el que las partes no pueden llegar a una conclusión debido a las opiniones encontradas. La importancia del análisis de Rancière radica en el hecho de mostrar que el desacuerdo se refiere, más bien, a no identificar el problema del que se habla debido a que los interlocutores parten de racionalidades diferentes. Esto perfila la comprensión de la política como un desorden, una fractura en las relaciones de los sujetos. Allí donde uno reconoce que no es tomado en cuenta, se da el fenómeno del desacuerdo y, por lo tanto, de la política. En palabras del propio autor: “el desacuerdo no es el desconocimiento” (Rancière, 1996: 8) sino la falta de entendimiento.
En términos más sencillos: “… al mismo tiempo que entiende claramente lo que le dice el otro, no ve el objeto del que el otro le habla; o, aún, porque entiende y debe entender, ve y quiere hacer ver otro objeto bajo la misma palabra, otra razón en el mismo argumento.” (Rancière, 1996: 9) En este caso, lo que ocurre es que entre los interlocutores, uno entiende lo que dice pero no ve lo que le está diciendo o sobre lo que habla el otro.
Por si los medios de comunicación no eran suficientes, las redes sociales se han convertido en palenques ideológicos que a menudo ceden a los discursos en oferta para quedar bien. Me parece que nunca antes se había vivido tanto el fenómeno del desacuerdo que con la aparición de estas nuevas plataformas de interacción.
 Hacia finales del año pasado, las redes sociales fueron tomadas por dos tragedias muy específicas. El mundo entero reaccionó respecto a los ataques cometidos en el 8 de enero y el 13 de noviembre del año pasado en París fue de una indignación que robó reflectores. Realmente se trataba de una barbaridad. Por otra parte, la muerte del niño Aylan Kurdi, cuyo cuerpo apareció en la costa turca el 2 de septiembre de 2015, causó indignación pero duró poco. Es más, ya ni siquiera se lamentan las muertes de sirios que siguen buscando refugio en medio de una guerra absurda.
En Facebook hubo quienes pusieron un filtro de la bandera gala o que compartieron masivamente la imagen del niño ahogado, casi en automático. Aparecieron las etiquetas JeSuisCharlie (Yo soy Charlie) y JeSuisAylan (Yo soy Aylan). Los debates no se hicieron esperar. Por las reacciones de los demás, personalmente, me abrumaba pensar qué vidas valían más que otras: ¿por qué nos indignaba más esto o lo otro? Enunciar el “YO SOY” como gesto de solidaridad pasando por alto la máxima de Publio Terencio Homo sum, humani nihil a me alienum puto, “Hombre soy, nada humano me es ajeno”.
El desacuerdo se manifestó porque para la gran mayoría era imposible ver la crisis humanitaria que representa la Guerra en Siria por estar más atentos al terrible atentado ocurrido en Paris. Nos indigna los fragmentos de lo que sabemos pero si indagaremos un poco más, podríamos descubrir que todo comparte la misma raíz: habitamos un mundo que fue despojado de las virtudes. Dudo que quede la esperanza.
Estamos empeñados en transitar el camino de la doxa porque no nos interesa edificar un criterio propio y mucho menos entender la dimensión de lo que nos acontece. Es como si estuviéramos obsesionados con el conocimiento aparente y no haya nada ni nadie que pueda hacernos salir de la caverna. No hace falta volverse escéptico pero sí ser más selecto a la hora de informarse y pretender comunicar  una opinión.
Llevamos décadas cacareando el discurso hegemónico en turno. Como buenos alfiles neoliberales, apostamos por el fin de las ideologías y permitimos que datos irrelevantes pasen por noticias, dejando de lado aspectos cruciales de nuestra cotidianidad. Nos inclinamos a tomar partido rápidamente, pasando por alto la necesidad de mirar con detenimiento para emitir juicios y argumentar responsablemente.
 
Tiempo de penuria
No es que los últimos años hayan sido especialmente violentos y atroces. Se trata, más bien, de que nos enteramos cada vez más rápido de las atrocidades que ocurren en lo cotidiano. Ninguna de ellas ha ocurrido a la puerta de mi casa, pero todas me han cimbrado en mayor o menor medida. De ninguna de ellas me he sentido capaz de hablar, porque el horror es tan profundo que enmudece.
De tal modo, me he empeñado en observar mi entorno, hacerme preguntas y dedicarme a leer para encontrar consuelo. Lo último estuvo lejos de cumplirse pues con cada lectura el mundo me parecía aún menos comprensible. ¿Cómo es posible que se haya construido tanto saber en torno al dolor y la violencia sin que ésta deje de ocurrir?
Una de las lecturas a las que volví fue a “¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?” de Martin Heidegger. Pensé que ahí podría encontrar argumentos para seguir escribiendo sobre el mundo. Lo primero que encontré fue el reclamo insistente de Heidegger sobre el olvido del ser, el cual pudo haberse producido con la fuga de las virtudes. Sin embargo, a pesar de las atrocidades, el filósofo señala.
Tal vez la era no se convierta ahora por completo en un tiempo de penuria. Pero tal vez no, todavía no, aún no, a pesar de la inconmensurable necesidad, a pesar de todos los sufrimientos, a pesar de un dolor sin nombre, a pesar de una ausencia de paz en constante progreso, a pesar de la creciente confusión.
El tiempo de penuria está siempre por venir. Parece que no tenemos suficiente con la tragedia. En México, ni Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa, Tlatlaya, por mencionar algunas masacres, han sido suficientes para movilizarnos más allá de las marchas y manifestaciones. Al día de hoy nos siguen desapareciendo, nos siguen matando. ¿Qué  más tiene que pasar?
Por otra parte, el pesimismo de Theodor W. Adorno me cobija como pocos filósofos contemporáneos. Ya decía él que, después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie. Aún así, los niños en Theresienstadt publicaron 22 ediciones de Kamarad, una revista producida en el gueto de la hoy República Checa. Sus dibujos y poemas condensaban la penuria en la que estaban inmersos, recordaban tiempos felices y soleados. Quizá la producción artística fue lo que mantuvo a salvo a unos cuantos. Sin embargo, es un arte que horada, que provoca mirar la gran herida que es la humanidad.
Los trabajadores de la cultura de México nos hemos reunido buscando respuesta a la pregunta ¿QUÉ HACER? Hemos lanzado varias hipótesis sin conseguir una respuesta duradera. Algunos han optado por seguir haciendo arte a modo de resistencia. En cambio, yo sigo prefiriendo el silencio porque anhelo el día en que, como dice Anita Tijoux, entre todos podamos sacar la voz que estaba muerta y hacerla orquesta.

Publicado originalmente en Registro (18 de febrero de 2016)